Durante mi recorrido profesional me he dado cuenta de un hábito que he visto repetir (yo mismo y a mi alrededor) que a veces puede resultar contraproducente, que se viene denominando como martillo de oro: “al que tiene un martillo, todos los problemas le parecen clavos”. Creo que con las metodologías ágiles está pasando algo parecido.

No me malinterpreten, no me he vuelto un hater de estas formas nuevas de trabajar, sin embargo, parece que el mundo empresarial acaba de aprender qué son y cómo se usan y quieren resolver todos los problemas a base de martillazos metodológicos. ¿Qué tiene de malo? Quizá haya problemas que no sean clavos.

Cuando converso con alguien que quiere resolver algún problema en su organización, tengo la obsesión de descubrir cuál es la necesidad encubierta que no se está expresando. Encontrar aquello que está doliendo, desde la curiosidad lanzando preguntas abiertas para ir abriendo camino, desde una actitud de exploración. La intención es localizar el problema real y ver qué herramientas de las que tengo en mi conocimiento podría resolver ese problema. De hecho, cuando localizo el problema lo expreso tal cual, no lanzo solución, hago explícito el problema: “lo que escucho de lo que dices es que parece que no hay visibilidad del avance de los proyectos que tenéis en marcha”. Y a partir de ahí empiezo a lanzar posibles iniciativas a poner en práctica.

Lo hago así porque, como ya dije en otro artículo, existe diferencia entre atacar los síntomas y atacar la enfermedad y desde luego no se pueden tratar todas las enfermedades simplemente implantando Scrum, Kanban o haciendo procesos Design Thinking o similares.

En resumen, hay que hacer una exploración desde la curiosidad (desde el desapego a mis propias herramientas) desde los síntomas para detectar la enfermedad, localizar la necesidad oculta a cubrir y buscar, entonces, soluciones.

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